domingo, 14 de diciembre de 2025

  Texto publicado en El Papel Literario de  EL NACIONAL el domingo 21 de enero de 2024




Carmen Virginia Carrillo

 

RODOLFO IZAGUIRRE, UNA AVENTURA QUE COMIENZA

EN LOS AÑOS CINCUENTA

Conocí a Rodolfo Izaguirre en la década de los noventa, en Trujillo,  lo había invitado el cine club Tiempos Modernos, del Ateneo de Trujillo, al estreno de Bolívar, ese soy yo, de Edmundo Aray. En aquella época, estas instituciones mantenían una cartelera de actividades culturales amplia y variada. Era constante la presencia de personalidades destacadas del ámbito nacional e internacional. Varias veces nos visitó Izaguirre, en la Universidad de los Andes, Núcleo Trujillo. Con su talante  siempre ameno, lleno de anécdotas e información valiosísima, cautivaba a profesores,  estudiantes y cinéfilos. 

Recién comenzaba mi investigación sobre  la poesía venezolana de los sesenta, así que aproveché sus visitas para entrevistarlo. Rodolfo había participado en los grupos artístico-literarios más importantes de aquella época: Sardio y El Techo de la Ballena, su testimonio y su visión de los acontecimientos eran de gran valor para mi proyecto. Recuerdo que me llamó la atención su humor inteligente, su capacidad de asombro, su entusiasmo por el cine y la literatura, su  juicio crítico y su memoria enciclopédica.

Me habló de su juventud, de su pasión por el cine, de Sardio y El techo de la ballena, del país. Este año cumple 93 años y celebramos su vida agradeciéndole su inmenso aporte al cine y la cultura venezolana.

De esa gran  aventura  que ha sido la vida de Rodolfo Izaguirre queremos recordar algunos momentos:

París, La Sorbona y la cinemateca

Izaguirre viajó a París para estudiar derecho en la Universidad de la Sorbona, llevaba el entusiasmo de todos esos jóvenes latinoamericanos que sentían que París era el centro cultural  del mundo. Sin embargo, el ambiente universitario le resultó anticuado, “medieval” y autoritario, las clases y el entorno, poco estimulante.  En el trayecto que realizaba a diario desde su residencia hasta el aula de clase, pasaba por la cinemateca francesa, y esto cambió su destino.

Así recuerda su primera incursión en lo que sería su lugar favorito de la capital francesa:

  Un día —es lo que se llama torcer el rumbo de una vida—, en lugar de seguir hacia la universidad me metí a la cinemateca.  Friedrich  Rosif —quien luego va a ser un gran cineasta— era portero allí.  Cuando uno llegaba allí veía las maquetas que había construido George Melié para sus Viaje a la luna y Los elenitas, veía en aquellas películas una cultura pura, alemana, francesa, danesa y aquello fue para mí una verdadera fulguración, una revelación de algo realmente insólito.  Me quedé allí, no volví más a la universidad —sin saber que años más tarde me iba a tocar dirigir una cinemateca aquí en Venezuela.  Desde ese momento no volví nunca a salir de una sala oscura de películas, y mucho menos del cine.”

 A su regreso al país,  sintió la necesidad de desaprender todo lo aprendido en Europa, de conocer su propia historia, su cultura, y descubrir lo mágica, sorprendente y enigmática que era su tierra. Sin embargo, el bagaje cultural que traía consigo no solo no se perdió, sino que  le permitió entender los procesos sociopolíticos que se vivían en el país y hacer aportes importantes a nivel cultural, particularmente en el ámbito cinematográfico.

Jóvenes rebeldes con Sardio

A mediados de los años cincuenta, comienzan a llegar a Caracas jóvenes de todas las regiones del país, iban a cursar el último año de bachillerato, ya que éste solo se podía estudiar en los liceos de Caracas. Coincidieron en el liceo Fermín Toro y también en la Universidad Central, entre otros,  Adriano González León, Luis García Morales, Carlos Contramaestre, Salvador Garmendia, Guillermo Sucre Figueredo, Gonzalo Castellanos, Elisa Lerner y Rodolfo Izaguirre, el caraqueño del grupo. Eran los años de la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez, la censura dominaba, pero los unían  inquietudes literarias, artísticas e ideológicas y el gusto por la bohemia. El café Iruña se convirtió en el lugar de encuentros; más adelante, conformaron un grupo a partir de sus afinidades en gustos e intereses. En 1957, abrieron una galería-librería donde realizaban exposiciones y conferencias. En este espacio se reunían artistas plásticos, escritores y gente del cine. Sardio auspiciaba la integración de las artes.

Las ideas del filósofo francés Jean Paul Sartre fueron fundamentales para la concepción ideológica del grupo. Los sardianos se consideraban afiliados a un humanismo político de izquierda y demostraban su compromiso activo con la cultura. Los guiaba el deseo de cambiar al país, de modernizarlo.  

Para Izaguirre, “Sardio fue una expresión natural de la insurgencia de muchos jóvenes contra la situación política y el mundo literario de entonces”. Impugnaban la tradición, particularmente la literatura costumbrista, incluyendo a Gallegos. Estaban deslumbrados por la literatura europea, a la que consideraban más universal, y abogaban por la libertad que era considerada el más importante de los valores, tanto en lo artístico como en el político y lo económico. Para los sardianos no había arte auténtico sin libertad.

Al igual que sus compañeros, Izaguirre mantuvo la postura crítica, polémica y cuestionadora que caracterizaba a esta nueva generación artistas y escritores.  Su mayor aporte a Sardio lo constituyen los ejercicios de crítica cinematográfica.  En reiteradas oportunidades ha comentado que se hizo escritor para explicar con palabras la maravilla de las imágenes cinematográficas. Dominar la lengua, afinar el discurso, dibujar con palabras, continúan siendo, más que su oficio, su pasión. El cine le interesaba particularmente en tanto forma de arte que permite “crear una ilusión de realidad a veces mucho más densa y más corpórea que la propia realidad”.

Los sardianos se consideraban hijos de Rimbaud, leían a Saint-John Perse, Tristán Tzara, Durremat, realizaban juegos surrealistas, cadáveres exquisitos. Realizaron traducciones de escritores franceses y las publicaron. La influencia francesa era  muy mal vista por la militancia política de ese momento, particularmente por la juventud comunista los acusaba de afrancesados.

Izaguirre participó en el primer comité de dirección de la revista Sardio. Tres años más tarde, fue uno de los redactores  del octavo, polémico y último número de la revista, en el cual se divulga el pre-manifiesto de El techo de la ballena, que marcaría la escisión del grupo. Los integrantes más cercanos a la izquierda pasaron al grupo que recién se anunciaba.

En junio de 1961, Sardio se disuelve y los que pasan a conformar El techo de la ballena, se radicalizan. El nuevo grupo es más contestatario, cuestiona los cánones culturales existentes y propone una ruptura drástica con las estructuras de dominio.

Si bien Rodolfo se mantuvo vinculado a los balleneros, no lo hizo desde la dirigencia, ni con gran protagonismo, pero si participó en los juegos irónicos que crearon los balleneros, entre otros,  los denominados falsarios, una forma de  subversión que  ponía en cuestión la noción de autor: creaban pequeñas  trampas a los lectores: inventaban escritores, libros, como el supuesto Libro Cuarto de la Hechicería. Iban en contra de la autoría, desacralizaban el valor que se le solía dar al escritor, restándole importancia. Imitaban los estilos de otros con la intención de demostrar que la persona no es tan determinante para su producción artística.

Entre muchos de los textos de falsa autoría, es famoso un artículo sobre Juan Rulfo que fue publicado, en Sardio nº 8, como de Rómulo Aranguibel, quien estaba en ese momento en París, y en realidad había sido redactado por  Rodolfo Izaguirre y Salvador Garmendia. Esa osadía molestó considerablemente a Aranguibel.  

A través de esta actitud lúdica demostraban su rebeldía, cuestionaban y se burlaban de todo, incluyéndose a sí mismos La provocación fue otra de las estrategias utilizadas por los balleneros, también utilizada por otros movimientos neovanguardistas del continente.

En 1966 publicó el libro de ensayo El cine venezolano y la novela de ficción urbana, Alacranes que sería galardonada con el premio José Rafael Pocaterra, de la Universidad de Carabobo en 1968.  De Alacranes ha dicho Edilio Peña:

Lo novedoso de la novela es que la memoria no es tratada como un sembradío de recuerdos para rescatar del olvido, o recomponerlos para que no se extravíen. (…) La novela es una pieza de horror, tratada con una exquisita prosa. El horror del mal es purificado por la estática armoniosa del narrador. Paradójicamente, la novela Alacranes se convierte en obra emblemática de los desvaríos mentales, en los que ha sucumbido tanto la Venezuela de ayer, como la del presente. Cundida de alacranes.

La Cinemateca Nacional de Venezuela

En 1966, Margot Benacerraf fundó la Cinemateca Nacional de Venezuela y, dos años después, Rodolfo Izaguirre fue nombrado director, allí llevó a cabo una extraordinaria labor como gerente cultural realizando un extraordinario trabajo, no solo de difusión, proyectando películas nacionales y extrajeras a un público muy variado, sino también  una labor pedagógica cuya repercusión llega hasta nuestros días. Apoyó y  defendió el cine venezolano dentro y fuera del país.

Durante treinta años nos deleitó con su microprogama de difusión cinematográfica: El cine, mitología de lo cotidiano, en la Radio Nacional de Venezuela. En el año 2020 le fue otorgado el muy merecido Premio de Honor de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela, como reconocimiento a su labor. Han pasado seis décadas desde que el joven caraqueño se enamoró del cine, incursionó en la literatura para hablarnos del  séptimo arte y nos enseñó su valor.

 

La columna de los domingos.

En la actualidad, y desde hace ya unos cuantos años, Rodolfo Izaguirre escribe los domingos en El Nacional. Su posición crítica ante la realidad venezolana sigue presente.  Si bien sus textos mantienen incómodos a ciertos sectores, resultan un verdadero deleite para sus asiduos lectores, quienes lo esperan con fervor y admiración. En su prosa cargada de fina ironía, cada detalle o acontecimiento cotidiano da pie a la reflexión. Su  actitud comprometida, su humor sostenido y su inmensa capacidad imaginativa convierten las anécdotas y los recuerdos en textos extraordinarios en los cuales la memoria sirve de pretexto para cuestionar el presente. Así, nos habla de Belén, de los helechos de su jardín, de los hijos, de las viejas amistades, de poesía, de la actualidad política, o de cualquier hallazgo fortuito.

Recientemente publicó el libro Lo que queda en el aire,  un poema de amor en el que revive la vida conyugal y familiar con Belén Lobo. Un nuevo proyecto lo anima: escribir sobre su vida.

Estas palabras, que cierran un artículo suyo titulado “Mi propia naturaleza”, nos retratan las virtudes de este gran venezolano, que nos sigue cautivando con su verbo:

“Me distancio y rechazo a quienes se degradan a sí mismos al abrazarse a la ignominia o pervertirse en el autoritarismo; adoro a mis amigos que igualmente me valoran y estiman y por fortuna supe a tiempo que el arte no solo es un sálvese quien pueda sino una gran mentira que se transforma en la única verdad que reconoce mi propia naturaleza.

¡No sé qué es la felicidad, pero conozco el camino que lleva hacia ella!”

Este es Rodolfo Izaguirre, un intelectual de gran altura, ciudadano de firmes convicciones democráticas, un hombre noble.

              


miércoles, 12 de febrero de 2025

 

Carmen Virginia Carrillo

 

Rafael Cadenas. Un largo y extraordinario recorrido 

(Publicado en El Papel Literario de El Nacional el 23 de abril de 2023)

             


  Uno sólo espera de los poetas

un óbolo que nos sirva para el trayecto

Rafael Cadenas

 

 

 

Rafael Cadenas ha sido galardonado con  el Premio Cervantes 2022, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte de España, es el primer autor venezolano en recibirlo. Además de ser considerado como uno de los poetas más importantes del país, Cadenas ha sido, también, un venezolano íntegro. Desde muy joven se ha manifestado abiertamente en contra del autoritarismo, las dictaduras o cualquier forma perversa de ejercicio del poder. No dudamos al decir que el poeta es una de las referencias más respetadas e inspiradoras de la Venezuela actual. A pocos días de la entrega, queremos sumarnos, con esta breve reseña de su obra poética, particularmente enfocada en sus primeros poemarios, al homenaje que el Papel Literario rinde al querido y siempre admirado poeta.

            Cadenas nació en Barquisimeto, allí pasó su infancia. Siendo adolescente, fue expulsado del estado Lara por razones políticas  y se mudó a Valencia donde terminó el bachillerato. Una vez graduado, se fue a  Caracas a estudiar derecho. Participó en la primera gran huelga universitaria  junto a Manuel Caballero y Guillermo Sucre, entre otros. Les encargaron  tomar la universidad y  por ello, los apresaron . Tras cinco  días en la cárcel del obispo, lo trasladaron a la cárcel modelo, donde lo retuvieron por cinco meses. Cuenta Cadenas, en una entrevista que le hizo Rafael Arraiz Lucca, que un día lo llevaron al aeropuerto y lo metieron en un avión. Corría el año 1952,  el poeta tuvo que abandonar el país rumbo al destierro, en la isla de Trinidad. Allí vivió cuatro  años y comenzó a escribir un segundo libro titulado Una isla que culminaría en Venezuela y cuya versión original circuló multigrafiada en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela en 1977.

Cae la dictadura de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y el poeta  regresa a Caracas, allí comienza a escribir artículos para periódicos y una columna sobre crítica de cine. Entra, luego, a la escuela de Letras donde ejerce la docencia hasta su jubilación.

A los dieciséis publicó Cantos iniciales (1946). Ya en sus primeros poemas se perfilaban algunos de los ejes temáticos que reaparecerán a lo largo de toda  su obra, entre ellos, la exploración del ser y del lenguaje.

En 1959 surge el grupo Tabla Redonda integrado por jóvenes intelectuales -en su mayoría poetas- militantes o simpatizantes del partido comunista, algunos de ellos recién llegados del exilio: Jesús Sanoja Hernández (fundador y principal animador),  Rafael Cadenas, Arnaldo Acosta Bello, Jesús Enrique Guédez, Ángel Eduardo Acevedo, Oswaldo Barreto, Samuel Villegas, Mateo Manaur be, José Fernández Doris, Manuel Caballero, Enrique Izaguirre y los pintores Darío Lancini y Ligia Olivieri.  Luego se incorporarían Irma Salas, Dacha Nazoa y José Barroeta. El grupo, consecuente con su ideario político, desarrolló un persistente trabajo de apoyo a quienes se oponían al gobierno de Betancourt, sin embargo, nunca supeditaron el trabajo artístico y literario a los planteamientos ideológicos, por el contrario, la obra de la mayoría se manifestó al margen de los postulados políticos que, en la práctica, defendían.

            Desde sus inicios, Tabla redonda rechazó y criticó  a las posturas estético-ideológicas del grupo Sardio por considerarlas reaccionarias. Esta pugna contribuyó con la radicalización de algunos de los miembros de Sardio hacia la izquierda y a la inevitable división del grupo, surge así El techo de la ballena. 

Al igual que en  Sardio y El techo de la ballena, los escritores de Tabla redonda desarrollaron una intensa actividad editorial. Publicaron una revista que anunciaba como una publicación de “artes y letras”,  de circulación mensual; sin embargo entre mayo y diciembre de 1959 sólo editaron cuatro números.  En el comité responsable del primer número se encontraban Arnaldo Acosta Bello, Rafael Cadenas, Manuel Caballero, Jesús Enrique Guédez, Jesús Sanoja Hernández y Darío Lancini.  

Además de la revista, bajo el sello editorial del grupo se publicaron libros de sus integrantes entre ellos,  Los cuadernos del destierro (1960) de Rafael Cadenas.

Los miembros de Tabla Redonda consideraban que  la revisión del pasado cultural era fundamental para lograr el cambio en la sociedad.

            Los planteamientos fundamentales del grupo se centraron en el compromiso de los intelectuales  y la desmitificación del escritor como demiurgo. A partir de estos dos núcleos de conflicto cuestionaron la tradición artística nacional; sin embargo, y a diferencia de Sardio y El techo de la ballena, no buscaban una ruptura drástica con la herencia cultural, por el contrario, reconocían la necesidad de la continuidad del trabajo artístico. Las divergencias de Tabla Redonda con  Sardio y con El techo de la ballena se convirtieron en una polémica pública.

             Las posiciones políticas eran determinantes en las valoraciones artísticas y generaban posiciones encontradas de las que pocos lograron escapar. La mayoría de los grupos poéticos que surgieron a finales de los cincuenta y durante los sesenta consideraban fundamental el compromiso político de los escritores;  muchos de ellos produjeron obras de marcado cariz contestatario, como Caupolicán Ovalles y Víctor Valera Mora. Otros, entre ellos  Rafael Cadenas, lograron diferenciar la postura  política de la creación poética. 

             Si bien Tabla Redonda fue el grupo más radicalizado políticamente, sus integrantes no utilizaron la poesía como instrumento de adoctrinamiento, ni como arma de combate. En esta década violenta, como ha sido denominada por la historiografía, unos optaron por llevar al arte la agresividad  y  la iracundia que vivían, otros prefirieron separar el compromiso vital de la obra literaria y centrarse en la reflexión ontológica y  la exploración estética.

El año de 1965 desaparece Tabla Redonda, sus integrantes continuaron con su trabajo intelectual alcanzando, algunos, reconocimiento internacional, tal es el caso de nuestro laureado poeta, Rafael Cadenas.

             Tres años después de la publicación del largo poema en prosa, Los cuadernos del destierro, apareció el poema más conocido de Cadenas, “Derrota”, texto que plasma la crisis existencial de  una generación que se sintió traicionada. En 1966, la Universidad Central publicó Falsas maniobras, libro que  agudiza la problematización del yo poético, que ya se anunciaba en los textos anteriores.

La obra de Cadenas dialoga con la cultura oriental, particularmente con el pensamiento vedántico, el taoísmo y  el zen. De Occidente encontramos en Cadenas los ecos de Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Rainer Maria Rilke, D. H. Lawrence, Fernando Pessoa, Giuseppe Ungaretti, Czeslaw Milosz, Henri Michaux, Carl G. Jung, Alan Watts, entre otros.

Ya en Una isla (1958), poemario cuyos ejes temáticos son el amor y el destierro, muestra Cadenas su interés por la indagación sobre el lenguaje y su relación con la realidad:

SOLA,

Insegura,

Apremiante

Palabra,

Casa Sin extravíos.

 

Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.

(2022,50)

 

En Los cuadernos del destierro (1960) destaca la reflexión sobre la identidad del ser y la palabra poética. El hablante se define por su condición de desterrado e intenta fundar un mundo mítico en el cual reconocerse. El desarraigo genera una  crisis de identidad  que el texto poético busca restablecer, relato fundacional  que tiene como marco de fondo el espacio insular de Trinidad. Entre las características más resaltantes del texto se encuentran la fragmentariedad y la ruptura de la lógica del discurso.

Este largo  poema en prosa se enlaza con toda una tradición de poesía narrativa que se inicia en el siglo XIX con los románticos, continúa en Baudelaire y que en América Latina alcanza con Azul de Rubén Darío su concepción más moderna.

La relación del  libro de Cadenas  con Una temporada en el infierno de Rimbaud se percibe desde las primeras líneas. Al igual que el poeta francés, Cadenas inicia el texto estableciendo el origen  ancestral y  mítico del hablante:

Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor.

Pero mi raza era de distinto linaje. Escrito está y lo saben –o lo suponen- quienes se ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía carácter proverbial. (7).

            Una vez determinada la genealogía, el hablante se describe a sí mismo “Soy desaliñado, camino lentamente y balanceándome por los hombros y adelantando, no torpe, más si con moroso movimiento” y anuncia el propósito del texto: “relataré no sin fabulaciones mi transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, ruptura y reuniones,…” (8), rescatar del olvido las vivencias del destierro, y poner en evidencia la intervención de la imaginación en la construcción del poema. La fabulación constituye un ingrediente complementario del texto a través del cual el poeta, en un permanente oscilar de un extremo a otro, se muestra y se enmascara.

El hablante, escindido, se pierde en una multiplicidad de rostros, “un día comenzó la mudanza de los rostros. Uno suplantaba a otro, sin cese. Tal día fueron cien, tal otro mil; todos escenificaban un danza de posesos sobre mis hombros” (9); la representación de un yo dividido plasma los  enigmas de un sujeto que ha perdido su unidad y que puede llegar a la disolución total de sí. Ese yo fragmentado reitera su fidelidad a la memoria:

Hice mis particiones.

Aguas en la memoria, absolutas como los de-

siertos, solamente el silencio del otro en el fo-

llaje puede compararse con vuestro espíritu.

(11).

 

            Y así continúa enumerando imágenes, situaciones, lugares, sonidos, frases de terceros, objetos. Palabra que nombra y al nombrar da nueva vida a los recuerdos, palabra génesis del exiliado que se desborda en imágenes surrealizantes:

Por entre árboles morados ángeles negros tocan la noche

de cuero de cocodrilo. El  cielo  se  pega  a  la  costra  de

los  vegetales. Un  pueblo  aplastado  por  las pezuñas de

la luna  desentierra  voces sepultadas  por  marejadas  de

exilio. (15).

 

            El olvido es una amenaza permanente, en la medida en que los acontecimientos pasados se van borrando de la memoria,  el individuo  va perdiendo  su identidad. En el poema, el hablante lamenta la pérdida de los recuerdos “De aquel idioma raro y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen alguna que no esté hoy extinguida” (16). Todo el texto representa un intento por rescatar las memorias de ese tiempo vivido en el exilio, de la lengua hablada en el país extranjero. 

La alteridad se ofrece como posibilidad para el rescate de la identidad perdida: “Me refiero a la casa meridional del agua donde el olvido recobra sus espejos azules” (18). La presencia del sol, el mar, la luz, se reitera a lo largo del poema; aguas resplandecientes que reflejan las emociones de un yo que se debate en la duda “Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo” (19). Comienza entonces la larga lista de inseguridades:

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Yo nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Yo jamás pude precisar si tenía dos manos, dos piernas,

un rostro, una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.

(21).

 

El texto está organizado a partir de dos tiempos, un  presente que se vive añorando, un pasado que se ha ido. Del pasado se conservan sucesos, separaciones, contradicciones, encuentros, pérdidas y reparos. El país del destierro frente  al país natal;  la muerte aparece como  la estación final de las  trajinadas mudanzas de la vida.

El hablante se muestra decepcionado y derrotado y nos  dice “Arqueado sobre mi memoria como un ángel despojado de su candidez… Yo desconfío” (29). La representación que el poeta hace de sí mismo oscila entre el polo mítico y el  realista; por un lado tenemos al vate que se reconoce en los orígenes míticos, por el otro la autoreferencia. En uno se oculta y en el otro se revela, llega incluso a manifestarlo de forma explícita: “He resuelto mis vínculos. Ya soy uno” (10), luego “Estoy aquí” (22), y más adelante “Voy a ocultarme de nuevo” (55), para finalizar diciendo “Ahora he regresado. Mi razón ha vuelto a su sitio y a él se ajusta como a la almendra su máscara… He recuperado mi nombre” y de nuevo el ser fragmentado que intenta recuperar su unidad “¡Oh!, tu mi enemigo, dentro de mí, entrégame las llaves definitivas para abrir el más claro aire, las arcas transparentes.” (58-59). El constante debatirse de un ser dividido entre dos realidades se reitera en este fragmento en que el yo interpela a su alter ego:

Con mi voz de calcinado expósito y rodeado de lo preterido, saludo. Calma. Saludo de frente como un ahogado. Calma. Saludo de frente como un réprobo. Calma. Saludo de frente como un ladrón. Clama. –Rafael ¿me oyes? ¿Estás ahí? –Sí, te oigo. Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. (41).

 

Al nombrarse se identifica y a la vez se distancia, esta marca de sí mismo es a la vez una extrañeza.  Este sujeto no es solamente un desterrado político, es también un “desterrado de sí, a pesar de sí” (115).  

Las dos pasiones ante las que el hablante claudica son un ´tú` femenino a la que dedica parte de estas memorias y el lenguaje “Así como sucumbo a vocablos pudiera sujetarme a tu mirada” (48).

En Los cuadernos del destierro conviven los contrarios, magia y logos, sonido y silencio, presencia y ausencia del hablante, en una lucha por superar el límite del lenguaje mismo.

Mi palabra tiene acento de oración porque el término  del  amor   que   es   destrucción  ha  traído también el deceso de la sed.

Por eso mi palabra tiene ritmo de teoría solemne de contristados y acongojada recorre los cauces graves del logos.

Sin embargo, he aquí que hoy me desnudo y salgo a revocar mis devastaciones.

 (…) (51-52).

 

El hablante plantea la incapacidad del lenguaje para nombrar la realidad, para revivir el pasado y para expresar los estados de ánimo. Esa “amorosa hostilidad hacia el lenguaje” de la que habla Steiner, ese intento de traspasar las fronteras de su lenguaje, se percibe en estos versos de Cadenas:

Mientras caminaba el trecho que marca mi derrota me desesperaba la insuficiencia de mi idioma. Consultaba los inabarcables cursos del verbo, inquiría de las tablas de la dicción sus secretos trasvasables. (54)

 

            La realidad se diluye en las aguas de la imaginación y las fronteras entre uno y otro mundo se borran, al punto en que el poeta se pregunta: ¿He recorrido en verdad los caminos que nombro? (55).

            Un yo lírico que se dibuja desde un imaginario mítico alterna con un yo autobiográfico que se asoma a ratos, ofreciendo pinceladas de la historia personal de Cadenas. Las vidas de estos dos ´yoes` es narrada entrecruzadamente  a lo largo del poema.

El poema “Derrota” (1963) puede considerarse una muestra fundamental de la poesía conversacional en nuestro país. En un  lenguaje en apariencia directo, despojado de artificios, el poeta reitera la sensación de fracaso que ya había anunciado en Los cuadernos del destierro

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que aprendí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo

    que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido

   por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

 (1979:111-113) 

            El hablante, en una actitud autocrítica exacerbada, se va describiendo en función de la enumeración detallada de sus carencias, negaciones  e insuficiencias. El poema se articula a partir de la repetición anafórica de la conjunción “que” con la variante “que no” y termina con una conclusión que pareciera volver al principio del acto expiatorio. Construcción de una autoimagen pública en negativo; burla y juicio crítico de sí mismo que lleva implícito un cuestionamiento de la sociedad en general.

            En “Derrota” percibimos un diálogo intertextual con el poema de Fernando Pessoa, -en la voz de su heterónimo Alvaro de Campos-,  “Tabacaria”. Visión pesimista de un mundo que pareciera cerrar todas las posibilidades de integración al hablante, quien se representa en una completa y total disyunción con el entorno social.

En Falsas maniobras (1966) Cadenas da un cambio significativo de estilo. Si bien encontramos algunos de los asuntos de los que ya habían ocupado en Los cuadernos del destierro, tales como la problemática del exilio, la presencia del doble, la reflexión sobre el lenguaje, el cuestionamiento de la identidad de un yo poético conflictivo y desadaptado;  incluso el paisaje, que en algunos momentos se convierte en el eje de los poemas, es el mismo. Sin embargo el lenguaje es otro, en este  poemario Cadenas se despoja de la metáfora surrealista, del discurso poético ambiguo y polisémico, alquimia verbal. La concepción estético-filosófica ha cambiado, ahora la escritura quiere ser un acto de revelación y busca en el Oriente, en el budismo Zen la iluminación. 

En Falsas maniobras el hablante lucha consigo mismo y con un entorno al que percibe hostil; conciencia desgarrada que realiza un ejercicio de autoacusación. El conflicto existencial se despliega en los desdoblamientos y la vacilación del hablante frente a las demandas del entorno social.  Ya en el primer poema nos encontramos con un yo fragmentado, escindido que se debate entre complacer las demandas de los otros o permanecer fiel a sí mismo. Este conflicto se acentúa en poemas como “Monstruo” en el cual el hablante poético se desplaza; trasladado a una tercera persona da paso a la objetivación del sí mismo. Este ´él` cuyas huellas autobiográficas podemos perseguir, da lugar a  un distanciamiento crítico que le permite al poeta hablar de sí mismo como si fuera un  ´otro` externo y distante:

El hombre sin piel se levanta tarde, evita los

comunes tropiezos, rehúye toda relación.

 (77)

En el poema “El que es” el yo se desdobla en un ser exterior que está en contacto con el entorno y un yo interior que permanece al margen, aislado e incomunicado y a salvo de las agresiones del mundo: “Si alguien me toca, sólo me toca a mí, a ese mí orgulloso, ese mí que no deja franquear su claustro, y no a ese otro alguien, informe, vasto, neutro, que hace gestiones en la oscuridad” (1979:105). Sin embargo en “Rutina” el hablante busca su unidad, nos habla de su habilidad para reconstruirse “Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje./ Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas” (104). El  sujeto poético se define en su condición de outsider, del ser que se debate entre aceptarse tal como es o rechazarse, adaptarse o  mantenerse al margen. “(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, / sino de devolverle a alguien las proporciones)” (104).

Nos encontramos con un lenguaje decantado que tiende a la economía verbal. El autor declaró explícitamente la intención de cambiar su escritura a partir de la nueva visión de la realidad heredada de las filosofías orientales. En  “Reconocimiento” señala:

Me veo frente a este paisaje parecido al que protejo.

No soy el mismo. Debo comprenderlo de una vez.

He de encajar en mi molde.

 

He acechado la aceptación súbita de mi realidad.

 

Despedí la poesía que se cuelga de brazos.

 (96)

 

            Cadenas propone una nueva poética más auténtica y comprometida, a la vez que nos deja entrever la tendencia orientalista de sus planteamientos metapoéticos. La búsqueda de la iluminación a través del Budismo Zen se hace más explícita en los poemas “Mirar” y “Satori”.

El poeta insiste en la reflexión metapoética sobre la capacidad nominadora del lenguaje y  de la poesía.  Vida y escritura congregadas en la página en blanco. La poesía da nombre a los objetos y al nombrar entra en contacto con el ser de las cosas; el poema es el mundo, la experiencia del hablante, sus carencias. Es por ello que  Cadenas se afana  en la búsqueda de la exactitud del lenguaje.

En su siguiente libro, Intemperie (1977), formado por poemas en verso y en prosa, Cadenas cambia el tono de su escritura, de la celebración pasa a la queja. El hablante describe sus flaquezas:

Se hunde uno,

se atasca, Se desoye

y vuelve a unirse. Un pantano.

…(2022, 191)

 

El libro cierra con el Ars poética del autor: “Que cada palabra lleve lo que dice./ Que sea como el temblor que la sostiene…” (195).

 Luego vendrá Memorial (1977), que reúne los poemas de “Zonas” (1970), “Notaciones” (1973) y “Nupcias” (1975).  Poemas breves, escritos en verso y en prosa, reflexión  fragmentaria sobre la cotidianidad y el amor.

En los años ochenta publica Amante (1983). En este poemario, un yo lírico se dirige a una parte de sí mismo que parece ajena, el amante que existe dentro de él; sin embargo, actúa como un visitante o un extraño. Estamos ante a puesta en escena de la dualidad: “No soy lo que soy ni lo que no soy”, dirá el poeta. La presencia del “otro” como proyección negativa del “yo”,  plasma el desconcierto de un sujeto en crisis que asume nuevos modos de representación de sí mismo.

 Gestiones (1992) nos muestra  un yo fragmentado que busca la “honradez” en la escritura.  Además de la temática amorosa, insiste el autor en la problemática del lenguaje y  la autorreflexión del sujeto poético, un yo que se desdobla e intenta construir una imagen de sí, evitando el fingimiento y la palabrería vacua. Poesía escueta,  de tono reflexivo, escritura aforística,  que da cuenta del compromiso del poeta con el lenguaje.

En Cadenas, la búsqueda de la identidad no es solamente la búsqueda del ser, sino la búsqueda de la lengua y su materialización en el ejercicio poético. A lo largo de sus textos, reflexiona sobre la capacidad nominadora el lenguaje y  los procedimientos a través de los cuales el poema se convierte en un generador de mundos.

Bibliografía del autor:

 

CADENAS, Rafael. 1966.  Falsas maniobras.  Caracas: UCV.

 

______________.1960.  Los cuadernos del destierro. Caracas: Tabla Redonda.

 

______________. 1979. Los cuadernos del destierro. Falsas maniobras. Derrota. Caracas.

______________.2022. Obra entera. España: Pretextos.